domingo, 1 de agosto de 2010

Volvemos a aquel extenso hábitat que una vez nos transportó desde un más que inusual principio, hasta una fugaz y parpadeante aleatoriedad rodeada de una desproporción contundente de enanos pisoteados por las ansías de futuro y las listas de espera en abrazos y sus derivados. Volvemos a ignorar los gritos paganos de aquellos seres humanos que agarran lágrimas de plástico erosionadas por la marea que las trajo hasta sus pies. Volvemos a besar esos moretones de miedo que amargan un anochecer con su efervescencia característica de una noche azul marina a lunares blancos en pleno mes de julio. Volvemos a reírnos a carcajadas por andar descalzos y clavarnos ramitas en la planta de los pies, a fascinarnos con la inmensidad de lo finito y la austeridad de lo infinito. Volvemos a amar la psicología, los grandes de dramas familiares y cualquier otro libro que grite alguna frase interesante, las flores que nunca se mueren y nuestra aberración contra los perros salchicha y las nubes sin forma. Volvemos a amar la vida

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